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Distinto

El Despertar

El Despertar

 

Habla el pasado al futuro, y el futuro toma  las riendas  del pasado, para acabar también siendo pasado. De repente, Edelmiro deja de mirar hacia el futuro, (EL) echa la vista atrás, y se encuentra y reconoce a su pasado (EL). El pasado siempre  vuelve cuándo menos,  la historia se repite.

Cuándo no se puede recordar un pasado o no se ha comenzado o es que  estamos condenados a repetirlo.

Edelmiro, hijo, los años me pesan ya... Toda mi vida he tratado de conseguir dos cosas: la primera, mantener mi honor en cualquier circunstancia; la segunda, afianzar una herencia, un lugar, una casa, unas tierras, algo con lo que dar continuidad a nuestra estirpe a través de ti. Ha llegado ya el momento en el que asumas tu destino, hijo, y ocupes mi lugar, como Conde, como heredero, y como padre de mis nietos.

Al lado de la chimenea enorme, recortada su silueta contra los reflejos dorados y rojos de las llamas, así hablaba el Conde del Júcar. Su hijo, un joven de barba primeriza y bien recortada, escuchaba cabizbajo, viendo llegar el momento de abandonar la alegría de su juventud, la libertad de su mocedad. Se le pasó por la cabeza una idea: la vida era una repetición absurda. Los padres pedían a los hijos que hicieran lo mismo que ellos, que fueran iguales. Edelmiro se imaginaba a sí mismo ya anciano, en esa misma chimenea, ante la cual seguro que había posado su abuelo.

Recordaba Edelmiro las jornadas de ocio pasadas con sus amigos, las fiestas en el cercano Villaverde, las aventuras en el río... Todo eso iba a desaparecer cuando se convirtiera en Conde. Debería casarse, con alguna dama estirada de la nobleza, organizar aburridas recepciones, calcular diezmos y exigir pagos... No era muy halagüeño su futuro, pero miró a su padre, y en ese momento se dio cuenta de su senectud. Cuando uno vive con alguien de su familia, y lo ve todos los días, el tiempo pasa entre los dos como niebla ante los ojos, y uno y otro van sucumbiendo poco a poco a los cambios, pero ninguno se da cuenta, hasta que, de repente, un buen día, la niebla del tiempo desaparece, disuelta por un rayo del sol de la razón, y entonces se ve la realidad, el pelo blanco y lacio, los dientes oscuros, los ojos brillantes hundidos tras las ojeras... Edelmiro vio en ese momento a su padre cómo realmente era, un anciano,  sintió compasión, y decidió complacerle.

Basado en  la  leyenda de Cuenca

4 comentarios

Distinto -

Por allí estuve en la serranía de cuenca, y no hace mucho en el nacimineto del rio cuervo. Y que viva es acojonante.

Saludos

tunez -

viva cuenca y viva las pedroñeras! saludos

Distinto -

Gracias Sak.

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Sakkarah -

Me ha gustado el texto, y es razonable.

Un beso